domingo, 24 de julio de 2011

Cuentos chinos (en diferido)



Resulta que China, ese dechado de las libertades humanas y derechos civiles, no permite el acceso a Youtube, Facebook ni Blogspot. Debe ser un error, en cuanto Hu Jintao se entere, seguro que acaba con esa absurda censura... Por lo pronto os habéis perdido dos suculentas entradas que se iban a titular 'Hong Kong no me mata pero casi' y 'Desde China con arroz'.
El caso es que la última vez que escribí en este cutre-blog, pronto hará dos meses, estaba esperando en el aeropuerto de Vancouver al avión que me llevó a Hong Kong, donde compartí habitación con una maleducada cucaracha que se negó a pagar su parte de alquiler pero al menos me dejó el mando a distancia de la tele y del aire acondicionado.
Hong Kong me sentó mal, muy mal. En un puñado de horas pasé de la pureza del aire alaskeño, la calma del Dream Reach, la frescura de los glaciares y el silencio de las ballenas a la locura de 7 millones de pseudo chinos tratando de sobrevivir en una ruidosa macro-ciudad de cielos casi siempre grises por la polución y rodeados por un incomprensible y a penas soportable calor húmedo, pegajoso y asqueroso.
Me quedé lo justo para conseguir mi visado para China y desde allí, poquito a poco, llegué hasta Beijing.
¿Y qué os cuento de China? Hace casi un mes que salí de ese inmenso país y la distancia y el tiempo han atemperado un poco mi decepción. Porque lo único que yo sabía de este destino era que la comida era deliciosa:
y que los chinos eran gente muy trabajadora:
En fin.
Es una fatiga de país. Cada pequeño acto cotidiano exige tal desgaste de energía y tiempo que cuando apenas llevaba una semana allí empecé a mirar billetes de avión para escapar de una incomprensión mútua que va más allá de la diferencia idiomática.
En este precioso pueblo, Fenghuang, tuve que quedarme cuatro días porque no conseguía encontrar la forma de salir de él. Nadie era capaz de decirme dónde estaba la estación de autobuses para ir hacia el norte. A punto estuve de escribir a mi familia dándo parte de mi nueva y perpetua dirección. En el colmo del surrealismo, entre el cansancio y el calor, os juro que llegué a pensar que tenía que quedarme a vivir allí hasta que alguien viniera a rescatarme.
Además, es un lugar muy turístico pero solo para los chinos, así que yo era lo más exótico que caminaba por las calles, y no dejaban de hacerme fotos, una situación que al principio me hizo gracia pero que acabó tocándome la moral.
También vi arrozales










































Hice excursiones solitarias en bici, tonteando con la insolación y demostrando una vez más que mi sentido de la orientación es más bien un sinsentido
Vi muchos culos de niños (no llevan pañales, sino una abertura en los pantalones!)
Y también disfruté de cuatro recónditos y exóticos enclaves poco conocidos por el turista medio, de esos que puedes disfrutar en paz y soledad:





Las Tres Gargantas del río Yangtsé. Creo






Los Guerreros de Terracota de Xi'an. Creo:
La Ciudad Prohibida en Beijing. Creo:
La Gran Muralla China. Creo:
Os contaría más cosas y os pondría más fotos chinas pero no puedo porque desde hace tres semanas tengo los ojos, el alma y la piel llenas de ¡MONGOLIA! Y todo lo demás no me importa nada...